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Una mañana, el osito Benni se despertó y vio que estaba apretujado entre una muñeca y un payaso. —¡Fuera de aquí! —gritó Benni a los otros juguetes—. ¡No hay sitio para todos!
Una mañana, el osito Benni se despertó y vio que estaba apretujado entre una muñeca y un payaso. —¡Fuera de aquí! —gritó Benni a los otros juguetes—. ¡No hay sitio para todos!
El payaso hizo una mueca divertida para que Benni se pusiera contento y luego le dijo:—Venga, Benni, no te pongas así. En realidad, ¡hay sitio para todos!
A Benni no le hizo gracia y no dijo ni mu.
—Benni, eres un egoísta —dijo la muñeca—. Si no podemos estar en la estantería de los juguetes, ¿a dónde vamos a ir?
—¡Largo de aquí! ¡Este es mi estante! —contestó Benni.
La muñeca se echó a llorar y dijo al soldadito de plomo: —¡No sé qué hacer! No puedo ir a ningún otro sitio pero no quiero estar al lado de ese osito tan maleducado.
El soldadito de plomo pidió a la peonza que girara alrededor de Benni para animarlo. Así que la peonza empezó a dar vueltas a lo loco, pero Benni siguió de un humor de perros.
Uno a uno, los otros juguetes se fueron marchando del estante porque no querían estar con Benni, que estaba de lo más refunfuñón.
Al final, Benni se quedó a sus anchas, con sitio más que de sobra para él. Pero enseguida empezó a sentirse solo y dijo:—Volved, no quería decir eso.
Pero los otros juguetes no le hicieron caso, así que Benni se quedó allí sentado, solito.
Por la noche, cuando Benni seguía solo en el estante, una voz le susurró:—Benni, te has comportado como un osito malcriado.
Benni miró alrededor y vio una pequeña hada. El hada añadió, con cariño:—Si me prometes que vas a ser bueno, ¡te ayudo!
—Sí, te lo prometo —respondió Benni—. Por favor, ¡haz que mis amigos vuelvan conmigo!
Así que el hada blandió su varita mágica y explicó a todos los juguetes que Benni se sentía muy mal por haber sido tan gruñón.
—¡Te perdonamos! —dijeron sus amigos. Y todos volvieron al estante de los juguetes.
—Gracias a todos. Aquí tenéis todo el espacio que queráis—dijo Benni, haciéndoles sitio.
Entonces, todos los juguetes se arrimaron unos a otros y, felices, se durmieron.