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Era el cumpleaños de Carla. Vinieron muchos invitados que le dieron paquetes de todos los tamaños. ¡Regalos de cumpleaños! Carla los abrió y encontró unos bloques de construcción de colores, un muñeco bebé, un oso polar de peluche y un perro de juguete. Su habitación parecía una tienda de juguetes.
Era el cumpleaños de Carla. Vinieron muchos invitados que le dieron paquetes de todos los tamaños. ¡Regalos de cumpleaños! Carla los abrió y encontró unos bloques de construcción de colores, un muñeco bebé, un oso polar de peluche y un perro de juguete. Su habitación parecía una tienda de juguetes.
Carla necesitaba sitio para todos esos juguetes nuevos. Cogió del estante su viejo osito, Bubu, y lo tiró en una esquina. ¡Ay! Bubu aterrizó encima de los bloques de construcción. Se incorporó con dificultad y se frotó la espalda dolorida. Los juguetes nuevos lo miraron con curiosidad desde el estante.
—¿Quién eres? —le preguntaron—. ¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí?
Bubu afirmó con la cabeza. —Fui el primer osito de Carla —dijo con orgullo—. Normalmente estoy ahí arriba, en el estante.
—¡Pues ahora es para nosotros! —afirmaron los recién llegados—. Seguro que a partir de ahora Carla solo quiere jugar con nosotros. A los niños les gustan las cosas nuevas. Y tú eres viejo. Estás estropeado y tienes la oreja izquierda torcida.
Bubu se miró de arriba abajo. Carla lo había acariciado tanto que tenía el pelo desgastado; de hecho, tenía algunas partes raídas. ¿Y la oreja? Aún se acordaba de la vez que se quedó atrapado entre la cama y la pared. La madre de Carla logró sacarlo pero, desde entonces, tenía la oreja torcida.
—¿Igual por eso Carla va a preferir los juguetes nuevos? —se preguntó el osito, preocupado.
Los juguetes nuevos siguieron incordiando. —Mira qué pelo tan brillante y fuerte tengo —presumió el perro.
—Y el mío es de un blanco radiante —alardeó el osito polar de peluche mientras se acariciaba la barriga con su zarpa, blanca como la nieve—. ¡Estás lleno de jirones! —dijo, arrugando la nariz con desprecio.
—Ni tan siquiera puedes decir «mamá» —añadió el muñeco—. ¡Eres un aburrimiento! Seguro que Carla ya no quiere volver a jugar contigo.
En ese momento, Carla entró en la habitación con los invitados. Se pasaron toda la tarde jugando con los juguetes nuevos. Nadie hizo caso al viejo osito de peluche que seguía tirado en un rincón.
Bubu tenía ganas de llorar.
—Los otros juguetes tenían razón —pensó con tristeza—. Carla ya no me quiere.
Poco a poco, se hizo de noche. Los invitados se despidieron y se fueron a casa. Carla jugó un poco más con el oso polar de peluche. Luego, llegó la hora de ponerse el pijama para ir a la cama.
Los juguetes nuevos del estante empezaron a ponerse nerviosos. ¿A quién elegiría Carla para dormir con ella?
La madre de Carla entró en la habitación. —¡A la cama, cumpleañera! —rio.
—Enseguida, mamá —dijo Carla—. Solo me queda elegir un peluche para dormir.
Recorrió la habitación con la mirada. Todos los juguetes contuvieron la respiración.
—Voy a dormir... ¡con mi viejo osito! ¡Aquí estás, Bubu! Carla recogió al viejo y estropeado osito y lo abrazó con fuerza. Luego se metió en la cama con Bubu en brazos.
Los otros juguetes se quedaron con la boca abierta, absolutamente perplejos.
—Buenas noches —susurró la madre de Carla.
Arropó con cariño a la niña y a su osito favorito. Bubu se acurrucó, feliz, debajo de la manta.
—Buenas noches, mamá —murmuró Carla, ya medio dormida—. ¡Ha sido un día fantástico!
Sascha Schneider, Bremen