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Hace mucho tiempo, la Luna celebró una gran fiesta con las estrellas. Empezaron a reír y cantar a pleno pulmón. Se lo estaban pasando en grande. Hasta la gente de la Tierra podía oírlas. Bien entrada la noche, la fiesta seguía
Hace mucho tiempo, la Luna celebró una gran fiesta con las estrellas. Empezaron a reír y cantar a pleno pulmón. Se lo estaban pasando en grande. Hasta la gente de la Tierra podía oírlas. Bien entrada la noche, la fiesta seguía. Así que los adultos dejaron a los niños quedarse despiertos y jugar en las calles y plazas. Y claro, ¡todos pensaron que era muy divertido! Lucía y Martín llegaron a desear que la fiesta del cielo no acabara nunca.
A la mañana siguiente, como todos los días, fueron a la escuela. Lucía y Martín estaban cansados, como todos los demás niños. E incluso, como los adultos. Así que, como todos estaban igual, no importó mucho que no pudieran estar tan atentos como otros días.
Esa noche, la fiesta continuó. Una estrella especialmente traviesa se encendía y apagaba al ritmo de la música. El brillo de la luz molestaba a Lucía y Martín, que lo que en realidad querían era dormir. Pero al final no tuvieron más remedio que salir de la cama y jugar en la habitación. Era imposible dormir con tanto ruido y tanta luz.
A la mañana siguiente, estaban agotados. Martín se quedó dormido mientras desayunaba. Casi se le cae la cabeza encima de la tostada con mermelada que tenía en el plato. Lucía le cogió del hombro justo en el último segundo.
De camino a la escuela, vieron un perro. Tenía demasiado sueño como para hacer caso a su comida e iba medio a rastras por la carretera, con la cabeza baja. Menos mal que no pasaban coches.
—¿Lo habría visto un conductor cansado? — se preguntó Martín.
Ya nadie se alegraba de que en el cielo siguieran de fiesta. No tenían ganas de jugar ni de reír. La gente estaba agotada y de mal humor. Lucía y Martín pensaban que la situación ya no tenía nada de divertido, así que decidieron hablarlo con la Luna.
—¡Escuchad, Luna y estrellas! —gritó Martín por la ventana aquella noche. —Por favor, callaos porque queremos dormir.
Con todo el ruido que había, la Luna tardó un rato en oírles. Entonces vio lo cansados que estaban y se sintió avergonzada.
—En ningún momento hemos tenido en cuenta que necesitáis dormir por la noche —se disculpó. Y prometió poner punto final a la fiesta.
Desde esa noche, la tranquilidad reina en el cielo. Ahora, la Luna y las estrellas se hablan susurrando.
Aunque, de vez en cuando, a la estrella traviesilla le gusta centellear para divertirse. Si miras con atención, igual la ves.
Sandra Kaletka, Frankfurt