La pequeña nube que no quería llover

En lo alto del cielo, flotando entre otras nubes esponjosas y blancas, vivía una pequeña nube llamada Nuba.

En lo alto del cielo, flotando entre otras nubes esponjosas y blancas, vivía una pequeña nube llamada Nuba. Era la nube más joven de todas, suave como el algodón y brillante como la nieve. Sin embargo, había algo que la hacía diferente: Nuba no quería llover.

Las nubes mayores le explicaban que su misión era muy importante:
—Llover es lo que hacemos las nubes. Gracias a la lluvia, los ríos fluyen, los árboles crecen y las flores florecen.

Pero Nuba sacudía su vaporoso cuerpo y decía:
—¡No quiero llover! Me gusta ser ligera y flotar libremente en el cielo.

Las demás nubes suspiraban y esperaban que, algún día, Nuba comprendiera su propósito.

El viaje de Nuba

Un día, el viento sopló con fuerza y empujó a Nuba muy lejos de donde solía estar. Viajó sobre campos dorados, montañas altas y lagos brillantes. Desde allí, observó a los animales y a las plantas con gran curiosidad.

Primero, pasó sobre un bosque donde los árboles estaban secos y sus hojas caían sin fuerzas. Un ciervo levantó la cabeza y dijo:
—Ojalá lloviera un poco. Tengo mucha sed.

Nuba sintió un pequeño cosquilleo en su interior, pero decidió seguir flotando.

Después, llegó a una granja donde un granjero miraba preocupado su campo.
—Las plantas necesitan agua, o no tendremos cosecha —le dijo a su hija.

Nuba sintió otra punzada en su esponjoso cuerpo, pero se resistió a llover.

Por último, llegó a un pequeño pueblo donde unos niños jugaban en la plaza. Uno de ellos miró al cielo y le dijo a su amigo:
—Si lloviera, podríamos saltar en charcos y ver el arcoíris.

Esta vez, el corazón de Nuba se llenó de algo cálido y suave. ¿Y si llover no era tan malo después de todo?

La decisión de Nuba

Nuba miró a su alrededor. El ciervo con sed, el granjero preocupado, los niños que soñaban con charcos… Todos necesitaban de ella.

Respiró hondo y, poco a poco, dejó caer sus primeras gotitas de agua. Al principio, eran suaves como un susurro, pero luego se convirtieron en una lluvia fresca y revitalizante.

El ciervo bebió feliz, las plantas del campo se llenaron de vida y los niños saltaron alegres en los charcos. Nuba sintió algo que nunca había sentido antes: alegría.

—¡Llover es hermoso! —exclamó.

Un nuevo comienzo

Desde ese día, Nuba ya no temía llover. Aprendió que dar es tan bonito como recibir y que, aunque le gustaba flotar libremente en el cielo, nada la hacía más feliz que ver la vida renacer gracias a su lluvia.

Y cuando terminaba de llover, siempre sonreía al ver el arcoíris brillar en el cielo.

Fin

 

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